Galdós: Tristana. A la libertad por la resignación

Galdós siempre. Y no tengo más que añadir.

Que Galdós fue un genio es una afirmación indiscutible. Que contó más y mejor que nadie lo que se cocía e importaba en la España de la segunda mitad del XIX y principios del XX es cosa sabidísima. Que ha fotografiado con objetivo certero y pulso firme lo más sublime y lo más atroz del alma humana, ya lo dicen los manuales de Literatura. Que lo lean, lo visiten, lo revisiten y lo adopten, se lo pido yo.

¿Y por qué Tristana, estando ahí Fortunata y Jacinta o Doña Perfecta o Miau o Misericordia…? Por diversos motivos, entre los cuales es para mí el menos baladí, el de la suma prodigiosa de forma y contenido. Aun contradiciendo la pullita criticona que la Pardo Bazán le dedicara más al autor que a esta obra, a la que tachó de mediocre boceto de una posible buena novela, mi intuición de lectora desordenada me dice que estamos ante lo mejor y más redondo de Galdós.

Verán. Tristana es una manzana, pero no una manzana cualquiera, sino esa que Platón imaginó en su completa y redonda perfección. La manzana en la que todos pensamos cuando comemos esta otra de aquí, sustituta decepcionante de aquella ideal. Tristana es una novela perfecta, strictu sensu, acabada, cerrada, sin fisuras. Y al leerla se pone de manifiesto, no solo la pericia de Galdós sino también la impericia de todos cuantos intentaron la singular empresa de escribir una novela y precisaron para ello de innumerables páginas con las que suplir y rellenar su falta de tino. Vamos, que Galdós es uno de esos autores que le saca los colores a casi cualquiera que haya intentado hacer arte con la palabra.

Otro de los motivos que me llevaron a ofrecerles esta y no otra novela de Galdós, es su marcadísimo acento feminista. Piensen que estamos hablando de 1892. Recuerden que por entonces las mujeres formábamos parte del mobiliario del que se rodeaban los hombres, absolutos amos del mundo. No olviden que no sólo carecíamos de voz y voto sino que éramos inservibles, desprovistas de interés intelectual, meras conejas garantistas de la descendencia, criadas sin sueldo ni opinión y para más gloria, depositarias de la honra masculina. Habitábamos un mundo en el que los machos decían vivir para nosotras… pero sin nosotras. ¿Les suena?

Y entonces llega Galdós, y en plena etapa espiritualista (¡ay, cómo nos gustan las etiquetas!) se descuelga con este novelón de apenas 180 páginas y se lía a mandoblazos contra esa injusticia universal pero tan tan española que es el machismo. 

Tristana comienza la novela siendo una adolescente que abandona involuntariamente su insulsa existencia familiar para someterse a las exigencias de un sátiro revestido de santo. Don Lope, a la sazón amigo del difunto padre de Tristana y tutor in pectore de la muchacha, se convierte en su mentor y la moldea y educa a su forma hasta que la mete en su cama, objetivo principal que el caduco seductor disfraza de caridad bien entendida. Pero Tristana se le tuerce porque a pesar de ser una preciosa réplica de muñequita japonesa, tiene la fea e inadecuada manía de pensar, imaginar y deducir, por lo que no tarda en darse cuenta de dónde está metida y de lo que aquella ambigua situación de “ni hija, ni esposa” supone para su reputación de mujercita casadera. Perdida toda esperanza de casarse algún día, comienzan a despertarse en ella otros intereses que lejos de procurarle felicidad, la abisman a la contemplación de su realidad y la conducen sin remedio al más profundo aborrecimiento hacia su protector. Y encima va y se enamora. Se enamora insensatamente (¿conocen otra manera de hacerlo?) de un pintor guapo, joven, interesante, inteligente, divertido y don Lope comienza a quedársele pequeño, estrecho, ridículo en sus esfuerzos de fabricar para ella una jaula dorada. Ella quiere volar y lo va a hacer.

Mientras, don Lope, que se huele que la niña anda enredada en amores con vaya usted a saber qué mequetrefe oportunista, comienza su campaña de acoso y derribo. Entran en escena los celos, el miedo a una decrepitud que ya es más que un futurible, la rabia de verse desposeído de su más preciada propiedad, las maneras hidalgas que ocultan sus malvadas intenciones, la precariedad económica que le impide ser el galán obsequioso que él mismo proyectaba para sí y la libertad impertinente de la que Tristana hace gala a pesar del miedo que don Lope le infunde. Abatido y confundido, dedica todos sus esfuerzos a controlar los movimientos de la trastornada Tristana que en pocos meses se transforma en un ser libre de pensamiento y obra. De nada le sirve. Tristana se le ha escapado de la jaula para siempre, aunque su cuerpo y su voz vuelvan cada noche a dormir a su casa.

La evolución del personaje de Tristana es lo mejor del relato. Su apertura de conciencia, la venda que se cae de los ojos, el mundo a sus pies para visitarlo aprenderlo, conocerlo. La pintura, la música, las ciencias, los idiomas, el amor, las palabras, el estudio de su Horacio… todo le pertenece, a todo se dedica con afán, nada le es ajeno. Cada nueva materia que aprende la aúpa a un pedestal de seguridad en sí misma, de confianza en la persona que es. Maneja y aumenta sus capacidades y se percibe como sujeto sin límites. Incluso aquellas fronteras, aquellos muros en los que la mujer vivía encerrada (la perspectiva del matrimonio, la maternidad, las labores domésticas) caen sin remordimiento, empujados por esta nueva fuerza y por el convencimiento de que ella puede, sabe, vale, es capaz. En definitiva, se reconoce como persona.

Pero las dulzuras del amor también saben de amargas distancias, de cartas encendidas que van y vienen, de separaciones forzosas… y de enfermedad. La vida se tuerce inesperadamente y la aparente decadencia de Tristana, privada de su amante y de una pierna, no es más que una parada para tomar impulso y continuar en su viaje de búsqueda de sí misma. Las trabas físicas que la fortuna le ha impuesto y que la sumen en la desesperación, serán sin saberlo ella, su salvación. Abstraída de todo, consciente (que no resignada) de sus posibilidades y limitaciones, juega el resto de su partida con las únicas cartas que le quedan. Lo demás se lo dejo a ustedes. Descubran qué pasa y saquen sus propias conclusiones. Puede que crean que el final no es un final feliz. Pero es el único posible, ese que cierra el círculo de la manzana perfecta. Tristana ha alcanzado la sabiduría. Ya nada puede tocarla ni herirla.  

No quiero terminar sin hacer mención del estilo. Incluso a aquellos a los que el argumento se les antoje poco interesante, les encandilará el preciosismo de la prosa galdosiana. Con los mejores aperos del Realismo y pinceladas ocasionales pero oportunísimas del feroz Naturalismo, don Benito “el garbancero” (una crueldad de Valle-Inclán) nos ofrece con esa humildad que solo los grandes ostentan, una historia de seres humanos atormentados, previsibles a veces, sorprendentes otras, que fluctúa entre las morosas descripciones de un paisaje, la viveza inesperada de los diálogos, la precipitación de los meses y los años, la riqueza y la chispa de los registros lingüísticos de los personajes y el profundo conocimiento de la condición humana.

Arrímense a Galdós. Verán qué buena sombra. Entiendan ahora porque doña Emilia (Pardo Bazán) perdió la cabeza por él. Dense cuenta de qué certero estuvo Buñuel al elegir esta obra para hacer con ella una de sus mejores películas. Arrellánense, entréguense al brillo de esta joya y disfruten.

Alberto Conejero en las I Jornadas de Teatro y Coeducación

Estimadas socias, amigos, seguidoras y simpatizantes de la APE:

Os dejamos el último de los cuatro vídeos que grabamos durante nuestras I Jornadas de Teatro y Coeducación para que os animéis a inscribiros en las próximas, que tendrán lugar en septiembre del año que viene. La directora de estas jornadas, nuestra compañera Pilar Jódar, ha enviado ya un correo electrónico desde la cuenta teatroycoeducacion@gmail.com a los que habéis participado por si queréis acompañarnos otra vez.

Esta cuarta entrada cuenta con la participación del último Premio Nacional de Literatura Dramática, el dramaturgo, poeta y profesor Alberto Conejero, que lleva por título «El pasado que nos va a suceder: recuerdo y vigilancia en La geometría del trigo, Los días de la nieve y La piedra oscura».

Seguro que la disfrutaréis porque todas las intervenciones de Alberto son una mezcla de teatro y poesía que nos inundan de sabiduría, sentimientos y ganas de salir adelante.

Un saludo de la junta directiva.

Hasta pronto.


VÍDEO DE LA JORNADA

Nando López en las I Jornadas de Teatro y Coeducación

Estimadas socias, amigos, seguidoras y simpatizantes de la APE:

Continuamos con los vídeos que grabamos en las recientes I Jornadas de Teatro y Coeducación.

En esta tercera entrada os dejamos la participación del profesor y dramaturgo Nando López, último ganador del Premio Gran Angular, titulada «La adolescencia a escena: de la construcción a la deconstrucción».

Esperamos que la disfrutéis. Las intervenciones de Nando en nuestros cursos siempre son valoradas de forma muy positiva.

Hasta dentro de unos días, en que os haremos llegar el último de los vídeos de nuestras jornadas.

Un saludo de la junta directiva.


VÍDEO DE LA JORNADA

Bodas de sangre: La luna, el cuchillo y el caballo

Bodas de sangre es de las tragedias andaluzas la que más me gusta de Lorca. Una vez más les traigo unas reflexiones «a su caer» sin más pretensión que la de compartir con ustedes mis sensaciones tras la lectura del más preciado objeto de mi pasión lorquiana.

Sucede, en algunas ocasiones, que la línea que establece rigurosas fronteras genéricas en Literatura, se difumina hasta tal punto que prácticamente desaparece. Este es el caso. ¿Qué leemos cuando leemos Bodas de sangre? «Teatro» responderán ustedes. Y acertarán, claro; ya tienen el libro en las manos, han visto su estructura, han comprobado su formato impecable que lo encaja en la etiqueta de «género dramático», se sienten complacidos y seguros. Saben lo que van a leer. Y empiezan… y a los cinco minutos se les aparece el fantasma de Lope de Vega en forma de rimas populares; a los diez, Lope de Rueda enseña el pie de sus Pasos; a los quince, descubren al Cervantes que apuntaló la historia más grande jamás contada con firmes soportes poéticos; a los veinte, perdidos entre la espesura de la trama y la belleza de la lírica, corrigen su etiqueta inicial y piensan: «Poesía; estoy leyendo poesía». Y volverán a acertar. Leer a Lorca es un ejercicio de desconcierto, de mezcolanza impúdica, de enfrentamiento a lo telúrico y a lo trágico, de trascendencia de lo puntual para viajar a lo universal con escala en la belleza sangrante de su estilo. Lorca es siempre «entrante, primero, segundo, postre, café y puro». Así que, sean generosos y dejen buena propina al salir.

Todo empieza una tarde cualquiera de julio de 1928; amodorrado en el salón de la Residencia de Estudiantes, Lorca hojea un diario y se topa -nada pasa por casualidad- con la noticia de una boda en Almería que, tras el secuestro de la novia por parte de un ex novio despechado, termina como el rosario de la aurora. Aquella mente efervescente e insaciable se dispara y posteriormente materializa su visionaria creación en una de las mejores obras que integran ese corpus que los entendidos han dado en llamar Tragedias (insisto, cómo nos complacen las etiquetas). Ha nacido Bodas de sangre. Es hora de cocinar.

INGREDIENTES

  • Un suceso real que imite al Arte delicada y asombrosamente.
  • Un decorado cuajado de elementos obligatorios: bosque, páramo, río, pueblo, cortijo, olivos, cuevas, iglesia, luna, caballos, cuchillos.
  • Un desfile de personajes sin nombre (excepto Leonardo): novia, novio, madre, padre, criada, vecina, amiga, mendiga, leñadores…
  • Una sólida cimentación poética que garantice la sujeción argumental: romances, coplas, nanas…
  • Una ausencia total de descripciones físicas de los personajes.
  • Una minuciosa descripción de detalles que adquieren categoría de símbolos e incluso de mitos: la corona de la novia, la trenza de su pelo, el reloj de oro del novio, la blancura encalada de las casas, la negrura atrayente del lecho del río, la palidez mortal de la luna, el sudor sexual del caballo reventado tras la carrera.

PREPARACIÓN DEL PLATO

Una vez dispuestos todos los ingredientes, Lorca comienza a crear. Aparta lo inservible, desecha lo superfluo, deshuesa lo carnal y lo reduce hasta lo más primitivo. Así, hombres, mujeres, niños y animales, perfectamente desnudos de nombre y rostro, se cocinan lenta y peligrosamente en la marmita de la tragedia. Cada párrafo es una premonición; cada verso, una anticipación del final inevitable. Los aromas del desastre lo ocupan todo. Los personajes avanzan sin remedio hacia un destino al que no pueden escapar: el fatum, ese ingrediente secreto. Cuando la cocción trágica está casi completada, se precisa de una luna hermosa, gorda, delatora y letal que ilumine el bosque del adulterio, que facilite la venganza necesaria, que obligue a los hombres a serlo más que nunca en esa noche terrible; que encierre a las mujeres en casas e iglesias a la espera de los muertos, que alumbre los pechos de la novia infiel para que sean la última visión de su amante. Cuidado; si la salsa no se liga con firmes movimientos antropológicos -quizá mejor bilógicos- se corre el riesgo de que se recocinen los personajes y la trama acabe derivando en una tragedia moral. Y eso, nunca. Lorca quiere una historia de machos heridos y hembras hambrientas; de mujeres solas y secas y hombres resentidos; de vecinas cotillas y malas y madres de úteros vociferantes. Aquí no hay juicios. Sólo animales sintiendo y defendiendo su territorio, su descendencia, su trascendencia. Un mundo redondo donde lo que «es» es lo que «tiene que ser». Es por ello que los símbolos son los auténticos protagonistas de esta historia, los que soportan el peso de la anécdota puntual y convierten en poesía pura la más pura realidad: La luna es la muerte. El cuchillo, la virilidad y la fuerza. La madre, la protección y la represión. El bosque, el cómplice alcahuete. El río, el grito fluyente de la carne. El caballo, el sexo omnipresente.

PRESENTACIÓN DEL PLATO

En 1933, se estrena Bodas de sangre. Resulta un éxito. Arropada por una puesta en escena donde los mencionados símbolos ocupan un espacio trascendental, aromatizada con todos los tópicos andaluces y musicales que recuperan su autenticidad sin renunciar al folclorismo, ofrecida con esa humildad grandiosa de Lorca, la obra deslumbra a los entendidos y conmueve al pueblo, el público a quien siempre destina sus obras, convencido de que la cultura es el único modo posible de hacer libres y buenos a los hombres.

Ahora tienen ocasión de degustar, si aún no lo han hecho, el bocado literario más sutil de Lorca. No teman a la indigestión. Como siempre, disfruten. ¡Buen provecho!